Por Andrés Lavaselli
“Hay que regular la estrategia, estar cerca de la gente pero sin echar leña al fuego porque Milei no va a retroceder aunque haya una catástrofe social”. Ese, palabras más o menos, fue el centro del mensaje del gobernador Axel Kicillof al pleno del poder peronista con representación electoral con el que se reunió hace dos días para organizar el modo de resistencia-convivencia con el nuevo Presidente de la Nación.
Kicillof hizo de anfitrión de un encuentro con pocos antecedentes: todas las tribus y los principales dirigentes del peronismo de la provincia estuvieron en el Salón Dorado. De Máximo Kirchner a Sergio Massa, pasando por los intendentes y los diputados y senadores nacionales que deberán lidiar con el DNU presidencial y el manojo de leyes que agitarán el verano político. La cantidad y variedad de presencias constituye un mensaje político en sí mismo.
En el núcleo de dirigentes que rodea a Kicillof aseguran que el llamado tuvo una motivación alejada de los posicionamientos y el liderazgo. Se hizo para discutir las condiciones extremas en las que tanto la provincia como los municipios deberán ser gestionados habida cuenta de la caída de ingresos federales pero también por la afectación social que las políticas nacionales –especialmente las laborales y de ingresos- tendrán sobre miles de bonaerenses.
Pero, buscado o no, hubo un efecto adicional. Kicillof asomó como el líder político de la provincia más importante del país –algo así como el refugio central del peronismo- en la resistencia a Milei. Su lugar institucional ya lo empujaba hacia esa cima, pero nunca como hasta ahora esa unanimidad había sido escenificada. Eso no quiere decir que no subsistan internas: su relación con Máximo Kirchner, por caso, está tal vez en su punto histórico más bajo.
Un párrafo para esa tensión, por ahora sorda. En el kicillofismo creen que el líder de La Cámpora tiene una estrategia de repliegue táctico. Retirarse del primer plano hasta que el gobierno de Milei caiga por el propio peso de la insensibilidad social de sus medidas. Y ahí hacer uso de un capital que, suponen que él cree, subsistirá: ser el único Kirchner políticamente activo. “Tiene capacidad de daño, puede enturbiar la relación con Cristina”, añaden.
Eso, claro, no se vio en la reunión del viernes. Allí, con la excusa de discutir la resistencia al DNU que –palabras de Paolo Rocca- “resetea” en modo ultra liberal la economía argentina, se hizo una evaluación amplia de las dos semanas de gobierno de Milei. En ese análisis se habló de una diferencia central con el gobierno de Mauricio Macri, al que según ese diagnóstico el actual remite solo de modo imperfecto.
“Macri avanzaba pero desde la calle lo hacían retroceder, con Milei no pasa porque es un mesiánico. Esto no es el ´resistiendo con aguante´ de 2016”, sintetizan cerca del Gobernador. Por eso, creen, el secreto está en la articulación y la prudencia: una parte de la pelea se dará en la calle, pero otras en el Congreso, los tribunales, la Justici, los gremios y los municipios. “Los cacerolazos son un ejemplo: funcionaron porque no los contaminamos con la presencia de dirigentes”, explican.
Ajuste
Uno de los nudos que deberá afrontar Kicillof será social. Si la idea es acompañar y estar cerca, el problema es que los recursos para sostener el tendal de caídos del sistema que emergerá más temprano que tarde escasearán. Una cuenta gruesa lo grafica: los fondos no automáticos transferidos por el gobierno nacional el año pasado representaron el 10% del presupuesto provincial. Ahora desaparecerán, al menos en parte. Conclusión con paradoja para un liderazgo emergente: el Gobernador se asoma a la inevitabilidad de un ajuste.
Algo de eso ya le anticipó a los gremios estatales: imposible seguir como hasta ahora el ritmo de la inflación. Les reclamó “comprensión”. Hasta ahora han sido sus aliados, pero cuánto podrán resistir los dirigentes la presión de unas bases que sentirán la estrechez. Y eso es solo parte del paisaje: la obra pública también se resentirá fuerte, con su impacto casi inmediato en el empleo. El sistema sanitario se sobre demandará, con los expulsados de un mundo privado más libre pero menos accesible. Con la educación seguramente ocurrirá algo similar. “El gobierno bueno fue el que pasó”, admiten entre la resignación híper realista y el humor negro.
En ese contexto, hay abierta una negociación por la ley impositiva y el endeudamiento. Con algunas reservas –salvables- de PRO sobre el nivel de este último (cree que en los 1800 millones de dólares que se piden se esconde una previsión para emitir moneda provincial que el gobierno por ahora descarta de plano), el gobierno tiene señales positivas de la oposición. Ese colectivo incluye también a la UCR y esas extrañas bancadas libertario-renovadoras que existen en la Legislatura.
Tal vez pueda aprobarse entre fiestas o a principios de enero. Los intendentes son la clave. No solo necesitan aportes financieros de la provincia. También quieren un nuevo fondo que reemplazará al de infraestructura, con mayor margen para decidir su destino. Y, además, cobrar deudas de Kicillof y refinanciar las que tienen con su administración. (DIB) AL