Tras la función del domingo en el Coliseo Xeneize, se va Román. El último 10. El último de su especie.
Un tipo que enfrentó a un sistema enfermo de urgencias, vértigo y ganar como sea, con armas como la pausa, el freno y la asistencia. Pensó el juego contra todo lo que empobrece al fútbol.
Con Riquelme se va una generación y un modo de sentir este magnífico deporte.
La pelota le obedecía en Don Torcuato, Tokio, el Morumbí o el patio de su casa, La Bombonera. Y con 206 partidos, fue el que en más oportunidades defendió la casaca azul y oro en el Coliseo.
Se va – como cuesta decir se va! carajo- ese tipo que besaba la pelota para disculpar a todos por el maltrato que recibía; el que se sabe crack y cargó siempre con ello y quien es enganche hasta para declarar.
Se retira el que reemplazó a Diego en su último partido; al que cuestionan por la mateada pero nadie que sepa de fútbol, critica sus condiciones.
Se va el 10 que durmió la pelota bajo la suela en la última final que perdió el Real Madrid; el que tiene 8 hermanos y compartía con ellos la merienda que le entregaban en inferiores o el recreador del Topo Gigio para enfrentar al poder.
Se va el tipo de las mil asistencias y del inolvidable caño a Yepes.
Román es el fútbol.
Gracias por tanta belleza, maestro.
Qué difícil es escribir sin poder torcer el final de la historia, entre lágrimas de emoción y de una despedida sin vuelta atrás.