Mons. Liébana nombró un exorcista para la diócesis de Chascomús

El obispo de Chascomús, monseñor Juan Ignacio Liébana, comunicó este lunes el nombramiento, como sacerdote exorcista, del presbítero Miguel Tamagno, “que se ha ido preparando y formando para este ministerio de consolación’ en nuestra diócesis y seguirá interiorizándose en este tema”.

Hoy, 22 de julio, fiesta de santa María Magdalena, el diocesano acompaña ese nombramiento con una carta pastoral acerca del “ministerio de la consolación”, que, según explica, “tiene por fin ayudarnos a vivir mejor nuestra espiritualidad cristiana”.

“Al ser bautizados, uno de los primeros ritos que celebramos es el llamado ‘exorcismo’, que consiste en una unción con el aceite de los catecúmenos en nuestro pecho, acompañada de una oración en que se le pide a Dios que nos proteja en la lucha contra el mal. Ya desde pequeños, al iniciarnos en nuestra fe, se nos está diciendo que tendremos que ‘poner el pecho’ ante las dificultades de la vida, porque la vida es ardua. Pero no lo haremos con nuestra propia fuerza, sino confiados en el poder de la unción que Dios realiza en nosotros”, explica en el documento.

Citando al Papa san Pablo VI, añade: “El mal no es solamente una deficiencia, sino un ser vivo, espiritual, pervertido y pervertidor. Terrible realidad. Misteriosa y pavorosa. Se sale del cuadro de la enseñanza bíblica y eclesiástica quien se niega a reconocer su existencia”.

Al respecto, el obispo señala que hay dos modos de obrar en el mundo demoníaco: la acción ordinaria y la acción extraordinaria. “La acción ordinaria es la tentación. Es la más perjudicial, porque se opone a la voluntad divina, nos va dañando y envenenando de manera casi imperceptible, nos enferma espiritualmente y nos va alejando del amor de Dios, a través del odio, la soberbia, el aislamiento, la idolatría del dinero y del tener, la crítica, la indiferencia, el individualismo, la violencia, las divisiones, la tristeza, la envidia y los vicios, buscando destruir nuestra vida”.

Por eso, destaca que es de suma importancia saber combatir espiritualmente ese ataque cotidiano. Y, por eso, plantea que el mejor combate contra el mal es desarrollar el bien, el mejor antídoto contra la oscuridad es encender la luz.

Luego, considera: “La acción extraordinaria del diablo es la menos frecuente. En ella, los espíritus malignos buscan dañar a los hombres en su cuerpo o en su psicología, buscando en última instancia el daño moral. Esta acción es permitida por la Divina Providencia de Dios, en su designio amoroso, para sacar misteriosamente algún bien de esta prueba y tribulación”.

Ante esta acción, resalta que Dios es mucho más poderoso que el diablo y sugiere que “no debemos obsesionarnos con el diablo, pero tampoco negarlo. Es un ser personal, perverso y pervertidor, pero una criatura al fin. No es Dios, ni está a su nivel. Dios tiene poder absoluto sobre él y esto es lo que debe sostener nuestra confianza en la victoria del bien sobre el mal”.

Cristo confirió a los apóstoles la potestad de expulsar demonios, recuerda asimismo; y, para combatir esa acción extraordinaria del demonio y sus ángeles, el obispo, sucesor de los apóstoles, nombra expresamente a un sacerdote como exorcista de la diócesis y confía esta licencia, de acuerdo con la ley de la Iglesia, “a un presbítero dotado de piedad, ciencia, prudencia e integridad de vida” (CIC 1172,2).

Monseñor Liébana aprovecha la oportunidad para “animar a todos los fieles a confiar en los medios tradicionales de nuestra fe para combatir las asechanzas del diablo, acudiendo a golpear la puerta correcta y no las equivocadas”.

“Debemos confiar en las personas que se han preparado para ello y han sido consagradas, para consolarnos y acompañarnos con los medios tradicionales que Jesucristo ha confiado a la Iglesia desde sus orígenes”, aconseja.

Por eso, anima también encarecidamente a los sacerdotes y diáconos a ejercer el consuelo espiritual a través de la escucha, la bendición de las casas, el acompañamiento espiritual, la adoración al Santísimo, el acompañamiento de la religiosidad popular, la catequesis, la escucha atenta, los sacramentos, la atención a los pobres y las misiones populares, entre otras iniciativas. 

“Debemos tomar conciencia, como Iglesia, de la importancia de ser la ‘puerta correcta’ que acompañe y no la puerta que se cierra, generando que muchos busquen otras puertas”, exhorta, y añade que, por esa razón, “acudiremos a lo que realmente nos hace bien, a las personas que han sido consagradas y preparadas en la Iglesia para esta misión”.+

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