A medida que fue evolucionando la tecnología, fueron surgiendo sistemas de infraestructura como los puentes y acueductos que permitieron la extensión urbana junto a los caminos. Y a medida que se avanzaba tecnológicamente, también se iba perfeccionando la capacidad de destrucción.
No todos los territorios son iguales, y no todas las ciudades son milenarias. En la montaña los caminos son meandrosos para superar las pendientes, haciendo que la trama de las ciudades esté repleta de diagonales, escaleras, miradores, y vertientes. En la planicie quedaban expuestas al enemigo, necesitándose de las murallas defensivas para que esas aldeas crecieran comprimidas y, eventualmente, hacia arriba. Y en las ciudades portuarias las tramas solían ser ortogonales, sistema urbano que heredamos luego de la Carta de las Indias. Pero existen otros ejemplos, las ciudades radiales que adoptan el concepto panóptico como la nueva Paris, entre tantas otras. Ahí las diagonales cobran una importancia distinguible y particular.
Hoy en día la ingeniería ha logrado ganar terrenos costeros y desarrollar ciudades en lugares inhóspitos, además de los famosos rascacielos que surgen al final del siglo XIX tras el Gran Incendio de Chicago. Y la densificación urbana también da como resultado ciudades verticales en los puntos céntricos para evitar que se extiendan demasiado sobre el territorio. Así terminan por surgir tramas superpuestas con calles en niveles superiores al nivel superficial. De esta manera es que las ciudades se convierten en el pináculo de la civilización, para las que también surgen alternativas exclusivas en lugares particulares; algunos remotos y otros conectados por autovías para lograr vidas suburbanas, más naturales y menos congestionadas.
Arq. Esp. Lucio Plorutti Dormal