La auténtica “ruta dulcera” de la provincia de Buenos Aires

Hay quienes buscan playas, otros montañas, pero los verdaderos exploradores del paladar saben que la dulzura también tiene su geografía. Y si hay un territorio donde el azúcar se transforma en celebración, es la provincia de Buenos Aires. Dos eventos únicos con corazón pastelero y espíritu bien bonaerense forman una ruta tan irresistible como empalagadora: el Campeonato del Alfajor en Avellaneda y la Fiesta Nacional del Postre en Balcarce.

Avellaneda, el ring dulce del alfajor

Cruzando el Puente Pueyrredón, en el Conurbano sur, donde el cemento y la historia obrera dibujan su identidad, Avellaneda sorprende con un evento que endulza hasta al team salado: el Campeonato del Alfajor Argentino. Más que una competencia, es un fenómeno cultural que reúne a cientos de productores artesanales, industriales y gourmet.

El Parque La Estación se transforma por unos días en una pasarela de chocolate, dulce de leche, masa crocante y creatividad sin límites. Los jurados cantan, discuten, y coronan a ese ejemplar que logra el equilibrio perfecto. Alfajores con sal marina, sin TACC, triples, bañados, rellenos de frutas o café… Hay para todos los gustos. Además, hay música, food trucks y talleres para aprender los secretos de esta joya nacional.

El campeonato es durante el fin de semana largo del 20, 21 y 22 de junio con entrada libre y gratuita “Vienen celebridades a dar masterclass, shows de bandas, actividades y stands para todos los bonaerenses y más, convocados a la búsqueda de encontrar el mejor alfajor del país”, contó Pamela Kahles, organizadora del Campeonato Argentino del Alfajor y la coordinadora de eventos del Parque la Estación.

Así, en un rincón de la provincia, un Campeonato se convierte en poema colectivo. El alfajor es aquí más que una golosina: es cultura, pasión y memoria. Y mientras el invierno pasa, este abrazo azucarado se guarda en el alma hasta que vuelva el sabor que une. “El alfajor es una insignia argentina, nos pone muy contentos ser quienes representamos un campeonato tan importante para nuestra identidad”, proclamó Kahles.

La ciudad se prepara como quien espera una visita ilustre. No hay protocolos ni galas, pero sí una ansiedad alegre que crece en los comercios, en los pasillos de las escuelas, en las charlas de café. Porque el alfajor no es un invento ajeno, no es un lujo reservado a la vitrina. El alfajor es de todos. Es el recreo de la infancia, la sobremesa de los domingos, la merienda de los viajes largos, el regalo improvisado cuando se agotan las palabras. Y ahora, por unos días, vuelve a ocupar el centro de la escena, como si el país entero se reuniera a rendirle homenaje.

Este año habrá dos campeones: el del alfajor industrial y otro artesanal. “Además de ser un evento para la gente, también es una apuesta a seguir empujando a los emprendimientos, tenemos la representación de 33 localidades bonaerenses y después de todo el país desde Chacho a Tierra del Fuego”, detalló la organizadora.

El alfajor, que alguna vez fue casero y luego industrial y hoy es artesanal otra vez, se convierte en símbolo de resiliencia, de creatividad, de amor por lo propio. Avellaneda, ciudad de fábricas, de clubes míticos, de artistas, suma un nuevo título: capital de un afecto azucarado que atraviesa generaciones.

El postre es obligatorio, Balcarce

A unos 400 kilómetros hacia el sudeste de la Provincia, entre sierras suaves y aire de campo, Balcarce no solo es la cuna de Juan Manuel Fangio: también es la capital del postre. Allí se celebra cada invierno la Fiesta Nacional del Postre, un evento que pone al clásico Postre Balcarce como protagonista, pero también da espacio a todas las dulzuras que hacen patria en la sobremesa argentina.

Comenzó en 2004, como una promesa que luego rompería escalas. “La primera vez participe de la fiesta fue en 2010 y presenté un postre de moras en representación a las moras silvestres de Balcarce y en 2018 fui nombrada madrina de la fiesta”, contó Rocío Espinillo, madrina del evento en el que se reconoce como parte de la organización y el entusiasmo durante muchos años.

La ciudad se viste de pastelera y mousse, con stands repletos de tortas, confituras y delicias regionales. Se organizan concursos de repostería, clases magistrales con chefs reconocidos y degustaciones. Es una invitación a dejar la dieta en la puerta y entregarse a la tentación. Porque si hay algo que Balcarce entiende bien es que la felicidad, muchas veces, se sirve en porciones. “Este evento tiene la particularidad de que cocina el postre más largo del mundo y este año será de 3 metros, es un desafío impresionante”, enfatizó Espinillo.

Durante tres días, Balcarce se convierte en la patria del merengue y el dulce de leche. Las calles cobran vida con la energía de cocineros y reposteros que, como alquimistas del azúcar, crean delicias ante los ojos del público, compartiendo secretos de batidores y hornos encendidos.

El predio de la Sociedad Rural, normalmente testigo de la calma del campo, se torna hervidero de colores, texturas y sabores, donde cada rincón parece contar una historia nacida entre capas de bizcochuelo. “Para mí es un orgullo estar disposición de este maravilloso evento, significa el tiempo y las ideas que tuvieron en cuenta”, agregó.

La Fiesta Nacional del Postre se realiza del 18 al 20 de julio. Este año, la celebración llega a su 21ª edición, consolidándose como la celebración más dulce del país. No hay uniformidad, no hay una sola receta. Hay diversidad, hay juego, hay herencias familiares que se reinventan. Se respira vainilla, se escucha el crujir del merengue al partirse, se ve el brillo del caramelo que se estira como un hilo de oro entre cucharas. La gente no solo pasea: deambula como quien busca un recuerdo, como quien se reconoce en los sabores de su infancia.

Y entre todas esas delicias, hay un protagonista indiscutido: el Postre Balcarce. Ese invento nació con humildad en una confitería del centro que, con los años, se volvió emblema. No es solo una suma de ingredientes (bizcochuelo, crema, dulce de leche, merengue, coco), es una armonía. Es esa clase de obra que no busca llamar la atención, pero que, cuando la probás, te marca. En la fiesta, se lo homenajea en su forma más descomunal: una versión gigante que se arma entre decenas de manos como si fuera una bandera que se despliega.

Estas celebraciones no solo endulzan el calendario turístico bonaerense, también demuestran que la identidad de un pueblo puede hornearse, rellenarse y celebrarse con una sonrisa. (DIB)

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