Cuando la política pierde el rumbo: concesiones sin principios
En la Argentina de hoy, la política parece haber dejado de ser un ejercicio de representación para convertirse, cada vez más, en un juego de acomodamiento. El anuncio de un grupo de diputados del interior que formalizó su ingreso a un interbloque con La Libertad Avanza en medio del debate por los vetos presidenciales a la ley previsional no es solo un movimiento estratégico: es la expresión más cruda del pragmatismo que desdibuja convicciones y desnuda el oportunismo.
Los legisladores Luis Picat (Córdoba), Pablo Cervi (Neuquén), Federico Tournier (Corrientes), Francisco Monti (Catamarca) y Mariano Campero (Tucumán) no son recién llegados al Congreso. Hasta ayer integraban la llamada “Liga del Interior”, una franja difusa del mapa político que tanteaba los vientos del poder. Hoy, con la creación de un interbloque junto al oficialismo libertario, oficializan lo que en los hechos venían practicando: el respaldo sin matices al gobierno de Javier Milei.
No se trata aquí de una alianza parlamentaria convencional, sino de una decisión tomada en un contexto por demás sensible: el Gobierno necesita votos para blindar los vetos presidenciales que afectan directamente al sistema previsional. En ese marco, la creación de este interbloque se revela como moneda de cambio, como concesión ideológica envuelta en retórica de “gobernabilidad”.
Lo llamativo —y preocupante— es que muchos de estos legisladores provienen del radicalismo o orbitan su tradición. Una tradición que no hace mucho tiempo advertía, en palabras de Raúl Alfonsín, sobre los riesgos de entregarse a la derecha. “Tengo miedo a la derecha”, decía el padre de la democracia. “El enemigo es la derecha. Lesiona la autonomía de la gente, la posibilidad de vivir en democracia”.
No es menor el paralelismo: los proyectos de ley que hoy vetó Milei son justamente los que buscan proteger derechos básicos como las jubilaciones. Aquellos fantasmas que Alfonsín describía —la regresión de derechos, el recorte de lo público, la desarticulación del Estado— hoy son una realidad. Y paradójicamente, algunos de los herederos de su partido eligen caminar de la mano de quienes representan esa misma visión que él combatió con firmeza.
La pregunta entonces no es solo qué votan nuestros representantes, sino por qué lo hacen. ¿Es gobernabilidad lo que buscan? ¿O cercanía con el poder de turno para no quedar al margen del reparto? ¿Cuál es el precio de sostener una gestión con la que se comparte poco o nada, salvo la conveniencia coyuntural?
La política necesita debates, acuerdos y puentes. Pero necesita, por sobre todo, límites éticos. Cuando se renuncia a ellos en nombre de una “convicción” que cambia con el clima, lo que queda al descubierto no es solo una estrategia parlamentaria, sino el vaciamiento mismo de la política como herramienta de transformación.
Y lo más alarmante es que, mientras todo esto ocurre en los pasillos del Congreso, millones de jubilados siguen esperando respuestas.

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