Rodrigo Estévez Andrade y Matías Méndez eligieron comenzar Ahora Alfonsín. Historia íntima de la campaña electoral que cambió la Argentina para siempre con la intimidad de la espera del boca de urna de los primeros cómputos, el 30 de octubre de 1983.
En la casaquinta de Cura Allievi 55, en Boulogne, que pertenecía al el productor televisivo Alfredo Odorisio y que Alfonsín ocupaba fugazmente con su numerosa familia, rodeado de su esposa María Lorenza Barreneche; Bernardo Grinspun, próximo ministro de Economía y Finanzas Públicas; Aldo Neri, futuro ministro de Salud y Acción Social; el productor televisivo Eduardo Metzger y otros radicales de su círculo más próximo.
“Raúl, me acaban de decir que estamos ganando en casi todos lados”, anunció Grinspun; lo había llamado el periodista Bernardo Neustadt para darle la buena nueva.
“El fin de semana que cambió su vida empezó el sábado en su casa de Chascomús, avenida Lastra 228, con un grupo de periodistas. Un gesto de reconocimiento para ese puñado de gente con el que había compartido sus recorridas. Café con edulcorante en la vieja confitería Achalay. En ese mismo sitio, y con solo 17 años, había reunido a los amigos que lo acompañaron en su primera derrota, la de 1946 con el Movimiento de Intransigencia y Renovación. Un grupito que no superaba los 120 votos pero que plantó bandera frente el establishment partidario”, continúa la crónica del día más feliz de los argentinos, luego de tantos años de turbulencias.
“(…) El domingo arrancó muy temprano en su Chascomús natal, una pequeña ciudad de 30 mil habitantes ubicada a una hora y media de la capital argentina.
–¿Nervioso, doctor? –indagó el enviado de Editorial Atlántida, Daniel Cecchini. –No, muchacho. Contento –respondió con el tono de siempre. El cronista le preguntó qué significaba haber llegado a ese día y la réplica fue inmediata–: El comienzo de cien años de democracia”, le tiró el candidato que aún no atinaba a sentirse ganador.
“(…) A la Escuela Municipal N°1 Juan Galo de Lavalle, en la calle San Martín, llegó a las 9.35 del domingo 30 de octubre. Caminó hasta la primera de las seis mesas dispuestas en el pasillo central, entre un mar de gente. (…)En esa pequeña multitud sobresalía una señora visiblemente conmovida que intentaba contener las lágrimas, y cuando alguien se acercó a ofrecerle ayuda ella solo pudo responder que estaba ahí para saludar a su compañero de escuela.
Alfonsín, modelo
inagotable de coherencia
y determinación
“(…) El candidato se tomó menos de un minuto en el cuarto oscuro y no cedió ante la insistencia de fotógrafos y camarógrafos para posar, frente a la urna, con el sobre debidamente cerrado y firmado.
“(..) Un grupo de periodistas siguió el auto [que partió hacia San Isidro]; otros se quedaron entrevistando a los vecinos y vecinas en la escuela. La mujer que lloraba dijo entre sollozos, con tono imperativo y premonitorio: ‘Póngase contento, acaba de entrevistar al presidente’, le dijo a Carlos Barulich de Argentina Televisora Color.
“(…) El escrutinio no fue sencillo: después de siete años de dictadura, y a una década de la última compulsa presidencial, la sociedad había perdido la práctica de la participación eleccionaria. Sobraba entusiasmo, faltaba experiencia en los centenares de miles de jóvenes que debutaban como votantes y a la vez como autoridades de mesa o fiscales partidarios.
“Al caer la tarde, ATC comenzó la cobertura del escrutinio bajo el título ‘Argentina elige su futuro’, con cinco unidades móviles dispuestas en la Capital y vía cable coaxial con cada provincia. Las tradicionales ocho mesas de la Antártida abrieron el conteo televisivo y los cómputos fueron: Alfonsín, 102 votos; Luder, 58.
“(…) El futuro presidente no permitió la euforia ni el festejo, y mucho menos los excesos. Comenzó con sus habituales caminatas con las manos atrás. Buscaba aflojar tensiones, hacía preguntas pausadas por largos silencios, con los ojos fijos en el piso, evadía el bullicio que empezaba a ganar la escena de esa casa de fin de semana.
“(…) En un mix de oficio, reflejos y olfato, durante el corte Roberto Maidana (gerente de noticias) le ordenó a Mónica Gutiérrez que partiera hacia la casaquinta de Boulogne.
(…) Italo Argentino Luder hizo su entrada a las “oficinas políticas”, tal como se las denominó en el aire de ATC. Un joven Nelson Castro –de ambo claro, con sus anteojos característicos y grabador en mano– secundaba al activo cronista del canal público frente a las puertas del edificio de Reconquista 1016. El candidato llegó vitoreado, al grito de ‘pre-si-den-te, pre-si-den-te’, e intentó apurar el paso entre una andanada de abrazos y empujones de la militancia que lo aguardaba y a la vez lo alejaba de las puertas de ingreso, valladas y custodiadas por uniformados de la Policía Federal.
“Fue una noche inolvidable y muy tensa ahí adentro”, recordó Castro, y confesó que aquel fue su ingreso definitivo al periodismo político. En plena dictadura, y con la gran mayoría de las radios en manos del Estado, los cronistas callejeros dedicados a cubrir política no existían.
(…) La TV confirmó lo que había adelantado el teléfono. Era hora de creer lo que leían los locutores en las veinticuatro pantallas apostadas en el Centro Cultural San Martín. Las sonrisas y las palmadas empezaron a hacerse más frecuentes. En Avellaneda y Quilmes, la Lista 3 estaba por encima de los cálculos previos. No solo ganaba Alfonsín con su boleta blanca, ganaban también Alejandro “Titán” Armendáriz con su boleta celeste, y los intendentes locales con su boleta amarilla. Dos seguidores de Crisólogo Larralde de pura cepa, Luis Raúl “El Chino” Sagol (Avellaneda) y Eduardo 22 AhorA Alfonsín Vides (Quilmes), ya habían recibido las felicitaciones de sus competidores peronistas.
“(…) Y ahí sí [Alfonsìn] salió al jardín, y tras besar en la frente a una de sus hijas, se lanzó a caminar. ¿Recordaría sus primeros ataques de asma en Chascomús, esos que de pibe lo habían empujado a quedarse más tiempo en cama? ¿Pasarían por su cabeza los largos meses fuera de casa, en la impiadosa juvenilia liceísta? ¿O la primera interna de la derrota principista de 1946 con Intransigencia y Renovación? ¿O el alegrón del día en que finalmente recibió el título de abogado? ¿O la banca de concejal, que tan poco duró, o el triunfo en las internas que lo llevó a presidir el partido en su pueblo? ¿Volvería a su mente el día en que había jurado sus mandatos de diputado provincial o nacional y que nunca pudo completar? ¿Pensaría en aquellas semanas detenido por el Onganiato?
“¿En el verano del 72, cuando finalmente decidió ir a perder contra su mentor, Ricardo Balbín? ¿O en el choque en ese Falcon Rural que casi lo saca de la interna? ¿Aún retumbaban los miedos de los tiempos de las reiteradas amenazas de la Triple A? ¿O los de los primeros años de la dictadura, cuando Camps se había ensañado? O tal vez ya solo quedaban las certezas, esas que atronaban en los cánticos de las multitudes de Oberá, Ferro, Córdoba, Posadas, Estudiantes de La Plata, el Obelisco o el Monumento a la Bandera.
“(…) Estaba agotado, sí, pero le gustaba caminar hacia delante, mirar sus propios pasos, de a ratos cortos, meditados, hablar en un tono apagado, casi inaudible, buscando el puñado de palabras que se ajustaran a ese momento irrepetible con el que había soñado durante casi cuatro décadas de militancia. –Jugó el voto democrático y no solo el radical –les repitió a los cronistas–.
“Finalmente, a las 23.15 Alfonsín le pidió al mayor de sus amigos, Germán López, que lo acompañara. Fueron juntos a ubicarse bajo el alero de tejas para dar una entrevista televisada.
“No podíamos ganar jamás las elecciones si no nos votaban los trabajadores. Creo que está pasando simétricamente lo contrario a lo de 1946, cuando muchos yrigoyenistas, sin dejar de serlo, votaron a Perón. Hoy muchos peronistas, sin dejar de ser peronistas, nos votaron a nosotros”, subrayó.
MM – Perfil