Cambio de era y de manera: cómo la revolución tecnológica redefine nuestra cotidianidad
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Por Nadia Baalbaki
La frase “estamos viviendo un cambio de era”, en apariencia parece un eslogan, pero en realidad describe un fenómeno profundo ya que no sólo cambió la tecnología, sino que también modificó la manera en que entendemos el tiempo, el trabajo, la convivencia, los vínculos, incluso a nosotros mismos. La revolución tecnológica ya no es un proceso externo que observamos desde la ventana, es una forma de vida que nos atraviesa.
Durante décadas hablamos de transformación digital como si fuera un proceso lineal, algo que iba del fax al correo electrónico y de la biblioteca a la búsqueda online. Pero lo que ocurre hoy es distinto: la tecnología dejó de ser una herramienta para volverse un entorno. Pasamos de usar dispositivos a vivir dentro de ellos, y ese desplazamiento, sutil pero irreversible, altera la cotidianidad con la fuerza de un cambio tectónico.
Por un lado, la promesa es seductora, que implica productividad ampliada, tareas automatizadas, información accesible y soluciones inteligentes que anticipan necesidades.
Inteligencia artificial
La inteligencia artificial, esa palabra tan cargada de fascinación como de alarma, se integró a nuestra vida con la naturalidad de un asistente silencioso que nunca duerme. La IA organiza, filtra, recomienda, predice, induce y hasta se volvió un espejo de nuestras preferencias… y, a veces, un arquitecto de ellas.
Junto a la comodidad también llega el vértigo. ¿En qué momento dejamos de distinguir entre la decisión que tomamos y la que el algoritmo tomó por nosotros? La frontera se vuelve difusa y lo personalizado empieza a parecerse a lo condicionado. La abundancia de información, lejos de aclarar, muchas veces aturde y la hiperconexión que prometía libertad, nos regaló una nueva forma de dependencia.
En la vida cotidiana esto se traduce en rituales nuevos. Revisar notificaciones se volvió una suerte de chequeo vital. Las conversaciones conviven con pantallas paralelas. Las identidades se expresan tanto en el mundo físico como en su doble digital. El tiempo se fragmenta con tiempos inconscientemente estipulados como diez minutos para un mensaje, cinco para un video, dos para “ver qué pasó”. Todo ocurre rápido, pero nada parece terminar de ocurrir del todo.
Un cambio de manera
Este cambio de era también exige un cambio de manera. No basta con adaptarnos tecnológicamente, también necesitamos adaptarnos humanamente. La pregunta no es si las máquinas nos reemplazarán, sino cómo evitamos que la velocidad de la técnica arrase con nuestra capacidad de reflexión, pausa y criterio. La tecnología no es neutra, pero tampoco es destino, es un campo que requiere responsabilidad, discusión y límites.
Quizás el desafío más grande sea reaprender que la innovación tiene sentido sólo si mejora la vida, no si la absorbe. Que la eficiencia no puede desplazar a la empatía. Que los datos no deben suplantar el juicio. Que la aceleración no puede ser la única brújula del progreso.
Estamos, sí, en un cambio de era. Pero lo verdaderamente decisivo será la manera de decidir cómo elegimos habitarla, cómo establecemos los pactos éticos de esta revolución silenciosa y cómo aseguramos que la tecnología siga siendo una extensión de nuestras capacidades y no un atajo que erosiona nuestra humanidad.
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